Jueves otra vez...

... y vuelves a entrar por la puerta. Me dices lo que tengo que hacer, y, como siempre, lo hago. Me paso 15 minutos hablando, no hablándote, a tí jamás te hablaría en ese tono tan vacío e impersonal. A las mujeres inteligentes no se les habla así, es peligroso. Mientras, me miras, no tomas nota, sencillamente me miras. Con esos grandes ojos azules, tras la cascada rubia que cae sobre tus hombros, me miras. Y claro, me desespero.

Me desespero porque un día de estos te voy a pedir que cumplas aquel juramento que tiene todo profesor, y, por ende, toda profesora. Ese juramento de enseñar y disipar mis lagunas de conocimiento. Y te diré que quiero saber más, que quiero saberlo todo, saber a que huele tu cabello por las mañanas, saber cómo sabe tu cuello al salarse de nuestros sudores, cómo brillan tus ojos en la medianoche a la luz de muchas velitas, conocer todos y cada uno de los lunares de tu espalda, y que me enseñes como suena tu voz en un susurro entrecortado. Ansias de saber, eso es lo que tengo.